miércoles, 21 de febrero de 2018

"Brotes primaverales de un árbol viejo¨ 25 Agosto 2017.

"Brotes primaverales de un árbol viejo¨. Mi amado Johann Wolfgang von Goethe, príncipe de los poetas, amado e insufrible, al menos para mí y para Harry Haller, el Lobo Estepario de Hermann Hesse, es imposible de presentar apropiadamente. Sólo en lo personal le agradezco la Teoría del Color que aún ocupo y el Fausto con su Margarita y su Mefistófeles -Divina Comedia aún actual, no superada- . Y el Werther (foto de perfil del Poeta Mortal), una novela fundacional del romanticismo que relata las Penurias, Cuitas y Peras de un joven poeta suicida, que en una elegante quinta edición de bolsillo de Aguilar del 67, con traducción de Cansino Assens, constituye uno de los muy escasos y bien valiosos bienes que me legó mi padre, un hombre a quien tuve la fortuna de conocer después de muerto. Sigfrido, no otro fue su nombre, murió en Brasil a los 41 o 42, mi edad actual, víctima de un crimen perfecto o de un suicidio inconsciente. Hace una semana nos volvimos a conocer con mi hijo, Bastian, hoy de 15 años, que encontrará en esta nota más información de la que aquí cabe revelar y de la que hoy quizás puede develar. Comparto mi alegría y mi espanto, amor fati: yo no morí ni me suicidé, tampoco mi hijo, pero el espíritu inmanente trasciende, literal, las generaciones, como don y tara. Goethe tampoco murió joven y no lo hizo quizás merced a escribir el Werther, tal como otros sobrevivimos fatalmente a la amarga adolescencia escribiendo y leyendo un Demian o un Werther. En 1829, a los 80 años y dos años antes de morir, Goethe escribió este iluminado poema, Vermächtnis, El Legado, cuya primera estrofa ya es suficiente enjundia. La traducción que comparto supongo es de Otto Dörr, psiquiatra chileno, que escribió un notable ensayo al respecto en sólo 15 páginas, y que también ha escrito con poesía y verdad, pero no sin ímpetu y tormenta, acerca de otro vate entrañable para mi corazón, Rainer Maria Rilke, quien nos enseñó que todo ángel es terrible, que la belleza es el primer peldaño del horror, o a la inversam que, nuestro amigo imaginario, lo divinoy demoniaco, se delata por sus demasiado humanas manos y que el único equipaje mundano que el barquero Aqueronte nos tolerará con gusto al cruzar el río Estigia rumbo al Hades será una palabra: quizás "azul", o "fuente". Qué palabra cargaremos?.La que sea: quizás un jovial "conchetumadre" nos despida y honre en las sombras. En mis sueños, como en los del protagonista de la novela de Hesse, los artistas del "pasado" viven y son nuestros amigos, tan reales, hermosos y horrendos como nuestros amigos contemporáneos son, esos en cuya compañía el Eterno Retorno se vuelve soportable. Encaro y resuelvo mi pudor al hablar de cosas tan íntimas en plena calle, o sea esta red social, porque quiero y puedo, y por obra y gracia de una ebriedad transubstanciada. Y me disculpo mas me autorizo cuando recuerdo que, incluso el ladrón, el paco, el mendigo, el predicador, el comerciante ambulante, el loco o el músico callejero asumen, primero ellos y de algún modo más honesto que fariseos, filisteos, flaneurs, victimizados victimarios,y alienados alienantes, la responsabilidad voluntaria, que significa ser uno mismo, o alguien, el que fuere, y que semejante decisión y estupidez es naturaleza y maldición sagrada, hasta entender en el cuerpo que eso es ser todos y ser nadie, nada. Ser sólo, tan sólo ser, otro hilo más del tejido eterno e infinito que nos ata a todos los seres, pero en el cual también somos la aguja que teje la trama. Compartir, legar y morir: empiezo a hacerlo adrede ahora porque puedo, quiero y amerito, con la agonía más digna y larga que quiera y pueda. Pero es que nadie muere, y nadie debiera de no decidirlo, pues todos siempre somos y estamos y a la vez nunca estuvimos. Morir es el clímax del chiste fome del universo múltiple. La resolución es lo opuesto o entonces y por tanto, el chiste en sí: la gracia, tan paulina y luterana, pero lo que da sabor al retruécano absurdo. Así, cuando Nietzsche mata a Dios es teofanía y auténtica inspiración divina: es la divinidad misma quien se suicida sabiendo que su destino es renacer. Cristo es también Judas, Pilatos y Magdalena, id est, el Anticristo, tal como Fausto es Wagner, Margarita y Mefistofeles, o Werther es Lotte, Wilhelm pero también el infausto y soso Alberto. La sombra divina, el demonio, que bajo el célebre bigote se descarga y delata con aquella frase, menos conocida, no menos verdadera: "no fui yo quien lo mató, yo lo encontré muerto". Anunciar con arrogancia la superación del hombre y sucumbir a la locura en el abrazo a un caballo castigado. Es que: "Kein Wesen kann zur nichts zerfallen". Caer hacia lo alto, descender hasta los cielos. Teología dionisíaca y Fragmentos de una Rama Infinita.
El legado
¡Ningún ser puede desintegrarse hacia la nada!
Pues lo eterno vive y se prolonga en cada uno.
¡Feliz mantente entonces en el Ser!
Él es eterno, porque las leyes
conservan los tesoros vivos
con los cuales se alhaja el universo.
Lo verdadero fue encontrado hace ya tiempo
y ha unido a los espíritus más nobles.
¡Toma las verdades más antiguas!
Hijos de la tierra, agradeced al sabio
que a ella y a su hermana
señaló el camino alrededor del sol.
Ahora, vuelve de inmediato a tu interior:
es allí donde encontrarás el centro
del que no puede dudar ningún ser noble.
Ahí no echarás de menos regla alguna,
porque la conciencia, autónoma,
es como el sol para el día de tus costumbres.
Entonces tienes que confiar en los sentidos,
porque ellos no te dejarán mirar lo falso,
si es que tu espíritu te mantiene despierto.
Con mirada nueva observa tú con alegría,
mientras paseas, seguro y ágil, por los prados
de un mundo colmado de riquezas.
Goza con moderación lo pleno y lo bendito
y que la razón esté siempre y en todas partes a la mano,
allí donde la vida se alegra de la vida.
Porque el pasado permanece,
el futuro, vivo, se anticipa
y el momento es una eternidad.
Imagen: "Erscheinung des Erdgeistes", Aparición del Espíritu de la Tierra. Ilustración de una escena del Fausto por la propia mano de Goethe(1810-12 o 1819)

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