miércoles, 5 de octubre de 2016

ELEGÍA DEL PETIRROJO. CONCEPCIÓN. JUNIO 2016.

Elegía del Petirrojo.
Para Robin Espinoza.

1
Robin, en inglés, un pájaro que no es americano, el petirrojo, nombre común en las Islas Británicas ya antes del bandolero legendario, Robin Hood.
Este Robin de Concepción no era mi amigo, ni siquiera en facebook, pero lo ví muchas veces, en la música siempre.
La última vez en un relicto de bosque nativo en los cerros de la UdeC, buscando hongos, un jueves que las fuerzas especiales de Carabineros profanaron el campus y llovían lacrimógenas policiales y agua sucia de un lado, y estulticia y frustración desde todos los rincones.
Estabas tú, estuve yo, estaba nuestro amigo que conocía los caminos y el joven quien decidió seguirnos.
Estaba alguien que no conozco ni recuerdo, un amigo del muerto.
Estaba el muerto y estaba vivo y era feliz y su voz se escuchaba en el bosque.
Estuve yo para recordarlo.
Estabas tú.
No basta más para anhelar la amistad de un hombre.

2
En cada ciudad que conozco busco los cementerios.
Sin duda me es familiar y grata la charla con los muertos: en silencio me hacen oír tanto.
Un día de verano fuimos con la Roja al Cementerio de Conce, de vuelta de Tomé, a través de ruinas y soles.
Estaba cerrado así que tuve que conocer primero el cerro Chepe.
En la cumbre hay un crucero, una cruz de piedra de los años treinta.
Un niño de diez años me ayudó a subir: tuve vértigo pero él  me reveló que era su lugar secreto, su santuario.
Sus padres, que quizás no lo eran, eran unos ancianos en la última casa tomada antes de la cumbre y cortaban una rama de pino para el Árbol de Pascua en un lugar que el niño les mostrara
Entonces el sol alcanzaba su cima tal como hoy su abismo (historias dentro de historias.)
En el Chepe, más allá de este Crucero, se alza el Olimpo
Supongo nació como un mirador de neoclásico perfil: perdió sus escaleras con el último  terremoto, como tantas cosas
Ahora es una ruina romántica
Leí en un libro que los penquistas decían antes: “Fulano se fue a Chepe”, cuando alguien moría.
Todos vamos a Chepe: todos vamos a la Cruz y al Olimpo: cualquiera es Fulano.
Hasta que mueres y a veces no eres alguien ni cualquiera: cuanto un nombre es tallado en nuestra memoria.
El nombre del muerto es Robin: su nombre no es pasado y esta es su elegía.




3
Hoy al fin conocí el cementerio de Conce, en las faldas del Chepe.
Un hombre  muríó, su tribu se hizo cargo y cargó su cuerpo, celebró los ritos con la propiedad que corresponde.
El cementerio en Chepe es  un campo santo sencillo y hermoso como colgando sobre los amplios horizontes del Bío Bío.
Se trata la muerte del único trabajo intransferible, del abismo último, primero, del insoslayable, de la única certeza del mero nacer y respirar..
Un hombre murió, no era mi amigo: ahora lo es sólo para mí, él no puede oponerse.
Cuando alguien te llama hermano en un cementerio es verdad aunque no sepamos.
Si la muerte nos hermana: ¿es la muerte nuestra madre?

4
Cuando la tristeza del hombre es grande, su alegría brilla.
Es duro y honesto: el hedonismo no logró corromper esa fiesta.
Entonces el carnaval florece y su llanto es más colorido que cualquier lamento.
Y las flores silvestres en olvidadas tumbas también florecen y lares, penates, laruces y manes son apaciguados por los armónicos estruendos.
Odian los muertos el silencio: los fantasmas aman la danza.
Y mujeres hermosas danzan entre las tumbas, tan hermosas, de tanta fermosura.
Pero sólo seducen a la muerte, cómo la muerte nos seduce con largueza.
Aquí bajo el sol quisiera yacer, en cálida muerte: rodeado por las flores danzantes.
Pero, claro,  no soy tan bueno como tampoco lo es la muerte
Tampoco tenemos tanta suerte de que yo me libre tan fácil de mi mismo.
Cuánto te pareces al Amor,  Muerte, y si acaso no son la misma.




5
La procesión fúnebre camina, marcha, baila y canta: un joven cuelga globos con helio de la gente y algunos globos huyen, se liberan y se elevan, lejos se elevan.
El helio asciende hacia Hélios, el dios sol, en un día de sol tan prístino como sólo el invierno conoce.
Porque sólo la sombra conoce bien la luz.
Porque sólo la nobleza de las almas nos sugiere con insistencia nuestro invento más querido, de nuestras mentiras la más cierta:  el espíritu, que es el atestiguar que entre tanta tierra y tanta agua que somos y que escurre entre nuestros dedos, algo en nosotros, no sólo escurre. También arde, también vuela.
Pero su herida, su recuerdo, nunca cesa, siempre escapa, siempre quema.

6
La danza al borde del abismo.
La vida se enraíza cuando no se aferra.
Nadie lo ve, muchos lo sienten cuando el muerto abre el cajón y bailando se aleja.
Es que mientras los muertos entierran muertos, los vivos entierran cuerpos que resucitan.
Y la ingenua pena muda en sabio gozo, quizás más triste y más feliz, al mismo tiempo.
Y los cuerpos que frenéticos bailan son exactos en su fiebre, aunque ríen sin poder evitarlo mientras lloran.
Y bajo el canto un canto silente se eleve desde los corazones con tanta fuerza que no hay instrumento ni cuerpo que no tiemble ni vibre.
Es el momento cuando el muerto se levanta y cae a lo alto.
Y la apoteósis es en verdad para los vivos que estallan y lloran y también se elevan, al borde del abismo, mientras caen.
Como siempre las aves surcan misteriosas el cielo: pero sólo ahora, en este instante, nos transportan, somos ellas.
Sobre los abismos volamos
Antes y después de muertos.
Nada más vale la pena.



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