miércoles, 5 de octubre de 2016

Un Episodio Mío que el Otro me Cuenta. Concepción. Julio 2016.

Un Episodio Mío que el Otro me Cuenta

Soñaste que estabas solo en la casa de tus abuelos en Los Andes. Allí también es invierno, tus abuelos han muerto hace tantos años. También allí  te has acostado al alba demasiado drogado y demasiado borracho y pronto te despierta la sed y la fiebre y la vaga certeza de algún deber imaginario. Miras el sol de la mañana sobre la cordillera nevada en un día frío y despejado: es tan cálido, tan rojo el sol, entonces piensas que el sol es el fuego de una estufa, la llama viva de una chimenea, el fuego de un hogar, de tu hogar.
Ahora despiertas aquí ahora: en un tiempo y espacio innombrable. Tampoco aquí  podrías decir ahora tu propio nombre, tardas mucho en recordarlo: un ser que se te asemeja y opone te habita y te despierta y te alumbra y te incendia como un sol, como una fiebre. Y no tiene un nombre, no sólo uno, ninguno que no cambie a cada  instante: su nombre es lo que él es, lo que él está, un allí, un entonces.
El aquí  es una cueva oscura y cálida donde se oye un lejano afuera: es tu casa.  Sin saber aún cómo te llamas, prendes el computador para ver la hora, ese arbitrario mapa de números que usamos para chocar unos con otros en lo eterno;  sin saber aún cómo te llamas pero ya temeroso de haberte dormido todo el día y que ya sea de noche y tener que ir a trabajar y haber faltado a ese amable encuentro y morir desilusionado de tí mismo como quien se pierde el final de una película en el cine por ir al baño, como quien se pierde el espectáculo de lo extraordinario por estar mirando hacia otra parte, como quien se pierde por estar mirándose, por estar cayéndose,  en el abismo de sí mismo, de su espejo. Tan solo, tan incompleto, tan ansioso de encontrar afuera, ahí en ese reflejo  tan cercano e inasible, aquello que mora lejos, tan lejos, dentro de uno, como el sol rojo de un sueño.
Y tal como en el sueño has despertado muchas horas antes: es mediodía, tienes sueño e insomnio, hambre y sed y síntomas claros de envenenamiento. En el computador suena el audio interminable de una tormenta inexistente, rainy mood, por siempre en tu alma estará lloviendo. Y por un instante albergas la esperanza alegre de un diluvio universal y de haber despertado muerto. “Retraso mental -te dices a tí mismo-: no tenemos tanta suerte. El mundo moderno es su propio castigo y su propio infierno.”  
 



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